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El hombre no es consciente, aunque se hace ilusiones de que lo es y es precisamente esta ilusión lo que protege su inconsciencia.
El hombre es ignorante, aunque pretenda saber y es precisamente esta pretensión (¡creer que sabe siempre todo!) lo que mantiene intacta su ignorancia.
Además, el hombre es el exacto contrario de lo que imagina ser: darse cuenta de dicha verdad es el principio de una gran revolución; ¡la revolución interior!
Se necesita un gran valor para ver dónde se está y qué se es realmente.
Puede ser gratificante creer en ideales exaltantes, pero los ideales sirven para una sola cosa: para ocultar la realidad.
Sigamos creando ideales maravillosos, no es el amor por las grandes ideas lo que nos empuja, sino la necesidad de esconder los hechos en su crudeza.
La persona consciente, en cambio, no cultiva ningún ideal, sino que pone en práctica la realidad de los hechos.
La persona consciente se relaciona con el mundo con conocimiento, y se mantiene única e indivisa: interioridad y exterioridad no están separadas.
Pero es precisamente esto lo que hace cada especie de idealismo: separa el interior del exterior, la realidad de la fantasía; impide ser naturales y espontáneos, obliga a ser diferentes de lo que realmente se es. ¡El idealista es un soñador!
No hay nada malo en soñar, pero ¡miremos los hechos concretos y realicémoslos!
Y así vosotros comenzáreis a creer en la belleza de vuestros ideales, pero detrás de estas vacías palabras, la realidad es bien diferente.
La gente sigue hablando de no-violencia (¡un gran ideal!) durante siglos, sin conseguir jamás ponerla en práctica.
Y no lo conseguirá nunca, porque es precisamente el hablar de ello lo que crea la ilusión más peligrosa: la de haber ya realizado lo que se está hablando.
Y poco a poco, a fuerza de perderse en palabrerías, la ilusión atrapa no solo a los demás, sino también a nosotros mismos.
Después de haber hablado durante siglos de la no-violencia llega el momento de empezar a pensar que nos hemos hecho realmente mansos.
Y este es el motivo por el que se habla tanto de no-violencia.
Aquellos que quieren crecer espiritualmente, deben tomar conciencia de este asombroso enmascaramiento ideológico.
Es fácil nutrir grandes ideales, pero si observáis un poco a los hombres; si conocéis los ideales podéis estar seguros de que la realidad que viven es diametralmente opuesta.
Basta conocer la ideología de alguien para poder deducir lógicamente que su conducta concreta sigue vías del todo antitéticas.
La presencia de ideales prueba solo que hay una realidad que permanece escondida.
No hay ninguna nación que se prepare para la paz, sino que ¡todas se preparan para la guerra!
El violento quiere convertirse en no violento, ¿cómo hacer?
Antes era violento con los demás, ahora será violento consigo mismo.
Hace frío y nieva y alguien está desnudo al aire libre ¿qué está haciendo?
Solo está atormentando a su propio cuerpo y, sin embargo, la gente piensa: “¡Qué alma noble!”.
Y pensad con las dietas para adelgazar, ¡cuántas personas “violan” a su propio cuerpo por presuntos ideales!
El asesino llama más la atención que el suicida, pero entre los dos no hay tanta diferencia; los dos son asesinos, ambos gozan de la violencia.
Liberaros de todos los ideales.
No tratéis de haceros diferentes a lo que sois: limitaos a observar vuestra realidad, sea cual sea.
Ateneos a los hechos, no los confundáis con los sueños, con la fantasía, de otra manera permaneceréis siempre divididos, de seguro no serán las ideologías y los sueños los que os salvarán, no han ayudado a nadie, hasta ahora, por eso es importante ser conscientes de lo que se es.
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