La fuerza de la publicidad pertenece al mismo tipo.
Es agradable creer en las píldoras, porque nos dan esperanza de una mejor salud; y es posible creer si sus cualidades nos vienen repetidas con suficiente frecuencia y énfasis.
La propaganda debe aprovecharse de deseos ya existentes, pero sustituye a la prueba de los hechos con las continuas repeticiones.
La fe, si no es simplemente tradicional nace de dos factores: deseo, demostración, repetición.
Si no hay ni deseo ni demostración, ¡no habrá fe!
Para crear una fe de masa, del tipo que tiene importancia social, se necesita que estén presentes los tres elementos aunque en cantidades diferentes, la cualidad total de fe puede permanecer inmutada.
Para hacer aceptar una convicción que disponga de pocas pruebas, se necesita una propaganda más intensa que para una convicción ampliamente demostrada; tanto la una como la otra ofrecen a los deseos las mismas satisfacciones; y así.
Decía que la propaganda debe aprovecharse del deseo: para confirmarlo puedo citar el fracaso de la propaganda de Estado cuando se opone al sentimiento nacional.
El poder aplicado a la convicción, como todas las otras formas de poder, tiende a fundirse, a concentrarse, a conducir a un monopolio de Estado.
Sin embargo, hay algunos ejemplos importantes ejercitados sobre las convicciones.
El más interesante es el del pensamiento científico.
Hoy la ciencia está alentada por el Estado, pero antes no era así: Galileo tuvo que retractarse, se impidió a Newton convertirse en “director de la Casa de la Moneda”, Lavoisier fue guillotinado porque “la república no necesita científicos”.
Incluso estos últimos y algunos otros como ellos, fueron los creadores del mundo moderno y su importancia en la vida social fue más profunda de cualquier otro hombre pasado a la historia, sin excluir a Cristo y Aristóteles.
El único otro hombre cuya influencia tuvo una importancia similar fue Pitágoras y su existencia no es segura.